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Magón: La insoportable sospecha de la tradición (página 2)



Partes: 1, 2

En última instancia, cuando hablamos de
Magón y sus cuentos o
relatos, nos estamos refiriendo a la identidad
cultural costarricense, precisamente porque se le ha incluido en
el canon de lo "nacional identitario", es decir, como una suerte
de imagen en
donde supuestamente se refleja, o se mira, en todas sus
dimensiones, el ser costarricense. Magón, junto a su primo
Aquileo Echeverría, es el autor por antonomasia que nos
"dice" cómo somos los ticos. Pero conviene observar la
contraimagen de ese retrato en familia.
Magón narra "como si" estuviese allí en el mundo
narrado, siempre es un testigo o protagonista de excepción
que vehiculiza y mediatiza el discurso
narrativo, ya sea expresándolo, o sencillamente
escuchándolo como en El principio de autoridad
donde se parte de una pregunta que apela al ingenio del lector,
pero que ya contiene su propia respuesta:
¿Quién no sabe cuál es el verdadero
significado de esta frase en Costa
Rica?

En ese relato, como en la mayoría de la obra
magoniana, el sujeto cultural es el campesino, el
"concho". Recordemos que la célebre
Polémica alrededor de la literaturización
de los sectores populares se encontraba en pleno apogeo. Lo
paradójico es que nuestro autor, en dicha polémica,
defendía la literaturización "de lo nuestro", pero
el relato desvaloriza al "concho" casi hasta llegar al "choteo".
Sin embargo, a la distancia, parece ser consecuente con lo que
algunos historiadores han planteado: los liberales, como el mismo
Magón, en realidad no eran tan "nacionalistas". Eso se
puede entender así: el nacionalismo
era para los demás, no para ellos, es decir, es una
invención periodístico-literaria para usufructo
ideológico de los liberales. De allí ese permanente
guiño irónico, esa "agarrada de chancho", que nos
hace Magón, el narrador, constantemente, tal y como lo
señala Amoretti.

Si analizamos El clis de sol dentro de la
perspectiva de lo irónico y la chota criolla, como lo
haremos más adelante con la narrativa magoniana en
general, veremos que ese texto lo que
contiene es racismo
científico, positivismo
trasnochado. Es ése el componente ético y
étnico (la posibilidad de lo "blanco", lo europeo, lo
"puro", en nuestra "raza") lo que teñirá de manera
definitiva la "imago" nacional de los liberales. Esa "imago",
siguiendo el relato, va a despreciar políticamente al
campesino negándole cualquier cualidad heroica en
contraste con el advenimiento de la figura del mulato Juan
Santamaría en el imaginario liberal de la
época.

En este cuento
observamos claramente la maestría magoniana en la
manipulación textual pues únicamente se nos ofrece
la versión de Cornelio Cacheda (cuyo nombre concentra ya
la temática del asunto: es doblemente cornudo pues tiene
mellizas blancas, además de que en mucho se animaliza su
descripción física) y se omiten
las de su esposa y la del maestro italiano. Es decir, nuestro
campo de percepción
queda limitado a lo que la voluntad del narrador quiera
mostrarnos pues la caracterización del personaje
está orientada de acuerdo a la visión personal del
autor-narrador, de allí las entrecomillas cuando se trata
de la voz de Cornelio contrastada con la ilustrada de
Magón.

El pecado de
Cornelio no es dejarse engañar por cándido, sino
por inculto e ignorante. Así, la burla en este relato
consiste en hacer parecer ignorante al campesino y al maestro
italiano como un tipo sagaz aunque inmoral; pero esto
último no importa, la inmoralidad no es un cuestión
que sea tomada en cuenta en la globalidad del sentido general del
relato. Por lo demás, en la doxa tica, el "inteligente",
aunque sea inmoral, es mejor recepcionado que el tonto, o el
"baboso", que se deja embaucar por aquél. Pero recordemos
que muchas veces la inteligencia,
como en el caso de Magón, consiste en cambiar la mentira por la
verdad. Al final Cornelio se convierte en un chiste de
cómo se cuenta una mentira perfecta. El campesino, para
Magón, es risible.

No hay que negarlo, con la maestría de su
palabra, Magón reúne a personajes que en la vida
social están separados. He allí uno de sus grandes
aportes y de sus profundas carencias. Pero él los divide
con la misma palabra: quienes "saben hablar" son los cultos e
ilustrados, quienes no son los ignorantes, los analfabetas, por
tanto estúpidos y risibles. La identificación es
irónica, por tanto precaria, por eso en la misma palabra,
en su discurso, podemos entrever lo que separa a sus personajes
del propio narrador: la clase social.
En otras palabras, el texto magoniano pretende obviar las
diferencias sociales desde la doxa de un discurso patriarcal,
pero a su vez las visibiliza y las evidencia. El principio de
autoridad
se erosiona dentro del mismo texto cuando hacemos
una lectura desde
esa perspectiva.

Por lo demás, Magón añora un pasado
que no es el suyo, un pasado que no pertenece a su ideología. Más bien se trata de
retrotraer ese pasado de sustrato colonial para justificar un
presente de recomposición liberal: Para justicias, el
tiempo
. El humor en su cuentística costumbrista no es
sólo una broma sino que, y fundamentalmente, es una burla
sutil y largamente desarrollada, como profundizaremos más
adelante.

Pero la burla también puede ser la punta del
iceberg de la culpabilidad.
Porque la individualidad y la individualización son la
base del pensamiento
liberal, las cuales no alcanzan, sino retóricamente, el
consenso y la participación pública que predica
la
República. La contradicción se pone de
manifiesto en el cuento Un discurso imperecedero, donde
se desenmascara el carácter demagógico de la educación y, de
paso, se hace burla del campesino devenido en educador, poniendo
en acción
el dispositivo de dominio del
estado
expresado en su jerarquización aunque sea "una
retahíla de sandeces".

Magón a pesar
de sí: otra vuelta de tuerca

La doxa es lo que conocemos como el estereotipo, la voz
común, el rumor social, es decir, lo que responde a la
ideología del consenso y crea ficciones que sustentan el
imaginario de una colectividad. En cambio lo
dóxico es lo que transforma el sentido
transgrediéndolo, por eso responde a una práctica
marginal que produce la posibilidad de crear ficciones
emancipadoras (Amoretti, p. 28).

En esa perspectiva la literatura solamente puede
ser dóxica, aunque no puede prescindir de la doxa porque
es la que produce el sentido, pero, necesariamente, debe ir en
contra de ella. Por esa razón, aunque Magón escribe
desde la doxa y desde una ideología sustentadora,
también delata eficazmente los vicios y estereotipos de su
tiempo, a
pesar de sí mismo y de su propósito. Sin
proponérselo es dóxico también.

Precisamente lo que hace María Amoretti, en
el ensayo
citado, es intentar otros rumbos de análisis en las obras de Magón para
romper con la autoridad del autor y con una tradición
epistemológica que lo ha colocado como el patriarca de
nuestras letras. Similar propósito albergo en este breve
artículo.

La imagen del autor es, como dice el pensador
francés Michel Foucault, citado
por Amoretti, un efecto y una función
del propio discurso, en otras palabras, es un constructo del
propio discurso teórico de la literatura pero a partir del
funcionamiento del texto dentro de una práctica
institucionalizada, es decir, del hecho de que ese discurso
escrito se pone a circular, según determinados mecanismos
sociales que regulan no sólo su modo de producción, sino también su modo de
distribución y consumo.
Recordemos que la manera original de circulación de los
textos magonianos se operó a través del periódico,
lo que les concedía cierto carácter "oficial", o al
menos verosímil.

"Uno escribe para convertirse en otro distinto de quien
es" dice Foucault,
retomando el conocido apotegma del poeta, también
francés, Arthur Rimbaud, "Yo es el otro". En cambio
Magón parece decirnos: "No soy yo quien escribe, sino que
otros hablan por mí". En otras palabras, se escuda en los
otros para decir lo que se quiere escuchar. Por eso, como ya lo
anotamos, lo que se debe estudiar es el discurso, "la palabra
viviente", tal y como lo formula el teórico ruso Mijail
Bajtín, y no su autoría. Sin olvidar, con Foucault,
que en todo discurso hay una voluntad de poder, por esa
razón el discurso no sólo traduce las luchas o los
sistemas de
dominación, sino que es por lo que se lucha, es el poder
del cual uno desea adueñarse. De allí la, a veces,
aguda y desigual pugna en el campo
artístico-literario.

La crítica
tradicional ha analizado la obra de Magón a partir de un
voluntarismo autorial donde se identifica al autor con el
narrador y donde el uso de la ironía dirige la lectura
más allá del mismo texto. Además, el nombre
del autor es el medio primordial por el cual sus textos se dieron
a conocer y circularon originalmente. Pero sus discursos
deben captarse como lo que realmente son: actuaciones sociales y
ejercicios de poder. Por ello lo fundamental en el discurso es el
acontecimiento, lo que produce las relaciones, la
acumulación, la dispersión, la intersección
y la selección
de elementos materiales. En
esa perspectiva se debe restituir el carácter del
acontecimiento en el discurso, lo que los teóricos
denominan el "evento discursivo", que viene a ser una especie de
puesta en escena del texto, mejor dicho, una puesta en
palabras.

De esa manera la magia y la pirotecnia literarias de
Magón se han modulado a partir de la autoridad cultural,
la cual se presenta como archivo
histórico de la comunidad con
significados compartidos. Esa autoridad habla en nombre de todos,
es como una suerte de administrador
público de la "voz ajena", de los discursos comunitarios;
su posición social es muy importante como amanuense y
legislador. Por esa razón refracta en el destinatario, el
lector, una respuesta compulsiva de identificación como
resultado de la interpelación cultural que la antecede:
somos así o no somos.

Hay que resaltar que esa autoridad se ejerce en broma,
como quien no quiere la cosa. Pero, como toda ironía
estética, es una broma muy seria que se usa
como táctica para ganar el poder en la relación
social. Recordemos que Magón no es un seudónimo
sino más bien un personaje del mismo narrador, dicho de
otra manera, es el autor-narrador confundido en su propia trama.
Por eso nos descoloca a veces, pero siempre ocupa la figura
privilegiada del dictaminador. Precisamente porque el otro, el
lector, no es asumido como un sujeto sino como un objeto
manipulable que está ahí para hacer posible el
despliegue del autor narrador. El lector es víctima de la
pirotecnia magoniana y debe asumir una actitud
acrítica. Es decir, hasta el lector es "típico",
como todas las cosas, personas y acontecimientos dentro del
género
costumbrista.

Por todo lo anterior, la ironía en Magón
consiste en instalar una mentira como una verdad social. Dicho de
otra manera, la ironía es un proceso de
falseamiento que reinserta en el discurso literario el criterio
de falso- verdadero. Es el autor-narrador quien define la verdad
sin darle oportunidad al lector de discernir. La verdad
magoniana, por lo demás, es una verdad que no se modifica
porque se puede convertir en su contrario. Así, el
principio de autoridad es la fuente de la arbitrariedad. El texto
magoniano se jacta de lograr pasar una mentira como si fuera
verdad.

En esa inversión que logra el discurso magoniano
se procura resaltar "lo noble de lo ridículo", es decir,
lo subalterno se desprecia y denigra desde una supuesta
posición de comprensión y ternura por esa
"inocencia" como debilidad humana del concho, del campesino, por
extensión del pueblo costarricense. Como ya lo
había señalado María Amoretti en su
análisis del himno nacional (Debajo del canto
(análisis del himno nacional
, Editorial de la
Universidad de
Costa Rica, San José, 1987), en el discurso liberal
inocencia significa estulticia. Yolanda Oreamuno más tarde
va a tratar de revertir ese discurso al hablar de lo
costarrisible en los círculos oficiales, aunque hoy
algunos autores retomen ese concepto
irónico de Yolanda para retornar al discurso de
Magón: lo costarrisible es lo autóctono, es decir,
lo propio del pueblo tico.

A manera de
conclusiones

Podríamos resumir diciendo que el engaño
es el elemento que organiza la coherencia y la eficacia de la
narrativa de Magón. Sirva como ejemplo, una vez
más, el relato El principio de autoridad. El
autor-narrador espeta al carretero "carasucia", "ladino palurdo",
que pretende venderle una carretada de leña a su
señora: "Si usted no tiene conciencia para
venir a engañar a una señora, yo tengo razones para
hacerlo a usted respetarla". En esa frase se retratan no
sólo el carácter y el espíritu de la vida
nacional, sino también la estrategia
narrativa de Magón: la imagen del atropello es la libertad en la
percepción de la conciencia que produce el texto. Porque
es el autor-narrador quien define el tamaño de la
carretada de leña, jamás se le brinda la palabra al
boyero para que se defienda. Y cuando el policía se entera
de que el narrador-autor es diputado del Congreso no hay duda a
favor de quién habrá de fallar. Allí no hay
trato, sino maltrato.

Magón ejerce el poder textual a partir de la
ironía y el sarcasmo los cuales se apoyan en los binomios
superioridad-inferioridad y verdad-mentira. El "choteo" es la
fórmula aplicada por el autor-narrador para retratar a sus
personajes y hacer su puesta en escena. Como ya lo dijo
lúcidamente Yolanda Oreamuno, contra el choteo, ese
comportamiento
irónico, no hay defensa posible ni modo de denunciar su
agresión. Es un arma invencible porque trabaja desde la
dimensión de lo "inocente" y de lo implícito
eludiendo toda responsabilidad sobre lo dicho ya que es posible
negar todo sobreentendido.

En Magón la verdad se haya enmascarada pues se
trata de una verdad mentirosa cuyo emisor es invulnerable ante la
culpa, por lo tanto, es siempre inocente ya que siendo sospechoso
tiene, sin embargo, la coartada necesaria para eludir la
responsabilidad. Como bien subraya María Amoretti es "el
crimen perfecto" porque en ese tipo de ironía la inocencia
es fundamental, pero sólo como un factor de efecto porque
está siempre dentro de un contexto de malicia aunque de
difícil resolución.

No hay duda, Magón es el padre del choteo
nacional y de la "agarrada de chancho". Acaso gran parte de
nuestra historia
literaria esté marcada por ese dudoso origen. A lo mejor
hasta el premio que ostenta su nombre contiene mucho de esa
verdad largamente escondida.

 

 

 

 

 

Autor:

Adriano Corrales Arias

Escritor costarricense

Partes: 1, 2
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